La esperança de Catalunya

Desde hace varios años, concretamente desde el uno de octubre de 2017, año en que se puso en marcha el referéndum de independencia no concedido por el gobierno español de M. Rajoy, existe un desencuentro entre Cataluyna y el estado español que se ha enquistado y que es necesario curar con mano izquierda y saber hacer. El actual gobierno de Pedro Sánchez Perez y Castejón parece favorable a un encuentro y a tender la mano, cosa que en principio parece razonablemente democrático. No es de recibo que exista entre ambos territorios un desencuentro tan fuerte que puede dar al traste con la convivencia, pero si miramos a la histórica intransigencia castellana, que ha puesto sobre las cuerdas tradicionalmente al estado, imponiendo a sangre y fuego, por ejemplo, una lengua que era regional, como es el castellano, o imponiendo las leyes castellanas nacidas de los muy castellanos reyes católicos (monta tanto monta Isabel como Frenando) en lugar de hacerlo democráticamente (“desea usted hablar esta lengua llamada “castellano” y que sea usada en su territorio…”), sin entrar a nombrar las reparaciones históricas que deberían de hacerse a los reinos árabes cuya presencia en la península ha contribuido tanto a la creación del estado español, es decir, que eran tan españoles de derecho como el que más, algo lógico y de recibo en democracia.. 

Pero el enquistado del problema va más allá, puesto por la presencia de los presos políticos, que (la política no es ningún crimen cuando se ejerce en democracia), desde las cárceles del estado, levantan un brazo acusador al estado central ala manera del ya célebre Ja’cusse, de Emil Zola, o el me too, contra Trump, advirtiendo que nuestro país no puede convertirse una vez más, en la vergüenza de Europa, como siendo, siempre al albur de los países civilizados que siempre deben de marcarle el camino, como ya le hiciera entrar en razón Europa ante el abuso de la conquista de los Paises Bajos que solo empezaron a levantar cabeza cuando el sanginario monstruo hispánico levantó su mano de hierro del territorio de los molinos, al que llenó de sangre inocente durante siglos antidemocráticamente, porque sí, propiciando un nuevo “Alba” en el horizonte (nuevo “Alba” por el contraste con el Duque de “Alba” que fue más como un crepúsculo). Quizá, y es solo un quizá, Catalunya remontará también el vuelo cuando el yugo hispánico decida poner urnas para que todos, “catalans y catalanes” “junts” puedan decidir democráticamente sobre su futuro (“desea usted libremente estar asociado, como ahora, con España y etc.… ¿o no?” (o una pregunta similar, faltaría más que nosotros quisiéramos imponer una, somos los últimos que queremos marcar el paso a esa Catalunya orgullosa de su catalanidad). Nadie le preguntó a los catalanes si querían ser invadidos y, a pesar de ello, aceptaron estar asociados a la corona Española.

Desde le Divine culture no creemos en la libertad de los individuos (falacia de los neoliberales e impostura intelectual que arranca desde el inglés Adam Smit, el de la tristemente celebre mano invisible -como la que te roba la cartera-), sino en la libertad de los colectivos, entre los cuales se encuentran las naciones. Porque las naciones son, como dijera Prat de la Riba, president de la Mancomunitat catalana hace un siglo, una unidad de espíritu y carácter nacional con una lengua propia y una cultura y un arte que refleja ese espíritu, y eso es justamente lo que es Catalunya y lo que son otras naciones de la nación de naciones que es España (o más bien Estado de naciones ya que España no es una nación como tal). Ahora es hora de reparar esto. Y yo digo: “¡ojalá no quieran separarse de los españoles, con lo que nos enriquece la variedad!”. Porque esto, como todo, solo se arregla votando, votando y votando. 

Prat de la Riba
Pratd de la Riba en un retrato posterior a su muete.

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